domingo, 27 de octubre de 2013

Un día te levantas cargada de energía, tanta que hasta parece que te sobra. Te levantas con ganas de comerte el mundo, te sientes invencible y con ganas de cometer locuras. Sientes la necesidad de hablar y de gritar, de mostrarle al mundo que te sientes bien contigo misma y de que estás dispuesta a afrontar todo lo que venga. Pese a la falta de sueño y las ojeras sigues manteniendo esa energía. No le das importancia al insomnio y sólo piensas en descargar toda la energía que llevas dentro y no sabes como. Intentas disfrutar de cada momento como si fuera el último y cuando algo va mal, bebes porque crees que así lo olvidas. Y sigues adelante, con una sonrisa y una botella de alcohol en la mano, creyendo que ella será la solución de tus problemas. Y ríes, bailas, cantas, gritas y de repente todo se vuelve oscuro. 
La energía desaparece cada vez que cae la noche para dar paso a los pensamientos. Las noches se hacen eternas, los minutos parecen horas y el sueño no asoma por ninguna parte. Das vueltas y vueltas, esperando poder descansar tanto física como mentalmente porque en verdad tu cabeza no puede más. Sientes que te va estallar. Sientes que tienes miles de pensamientos que se van adueñando de tu cabeza y no dejan paso a nada más. De repente, consigues descansar y cuando crees que por fin vas a poder cerrar los ojos y evadirte de todo, comienzas a pensar de nuevo sin querer hacerlo. Y así todas las noches. 
Cada mañana te levantas con las mismas ojeras y cada mañana cada vez que las miras, les das menos importancia. Te maquillas y te dispones a empezar un nuevo día que ya sabes como acabará. 
Casi todos mis días solían ser energía pura pese a la falta de sueño de cada noche. Sin embargo, toda esa energía desapareció. Toda la energía que tenía dio paso a los llantos y a las lágrimas. A las culpas, a las torturas, a los malos pensamientos, a los "por qué...", a la falta de juicio... Sabías que no tenías motivos para estar así y si los tenías no te dabas cuenta de ello e hiciste lo de siempre, callar.
Sabías que algo no iba bien y lo dejaste pasar porque en verdad te daba miedo lo que pudiese pasar. Y así seguiste durante meses, entre gritos, llantos, locuras, bajos, altibajos, discusiones, preocupaciones, noches, días, falta de sueño, cansancio, felicidad, ira, tristeza, rabia, amor, amistad, odio... Seguiste hacia delante intentando hacerte creer a ti misma que no te ocurría nada porque lo último que deseabas era caerte. No querías caer y exprimías al máximo toda la energía cuando la tenías porque te hacía sentir más segura de ti misma. En verdad, te encantaba sentirte tan viva, y por eso lo disfrutabas tanto cada noche que salías o cada tarde que no estabas en casa. Odiabas sentirte mal contigo misma, odiabas culparte, torturarte... Odiabas echarte la culpa de todos los males aún sabiendo que no la tenías y por ello comenzaste a perder la cabeza. Sin embargo, pese a casi haber perdido la cabeza, creer que estás loca de remate en ocasiones, a estar sonriendo como una loca durante horas y luego estar llorando, sabías que eras capaz de seguir adelante por ti misma. Estabas segura de ello y esta vez no era por toda la energía que tenías sino porque sabías que tú misma podías con todo. Sabía que en verdad YO podía con todo.

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