jueves, 4 de abril de 2013

Nunca me gustó dejar las cosas a medias...

Hacía muchísimo tiempo que no escribía, tanto que prácticamente no me acuerdo de cómo se hacía. Tengo miedo. Siempre he tenido miedo, pero esta vez el propio miedo me ha superado. Ha sido capaz de absorberme hasta evadirme de la propia realidad. Estoy desconcertada, no entiendo nada, generalmente hablando. No entiendo “por qué” y es algo que me mata. Me paso horas haciéndome preguntas e intentando buscar con mis propios métodos y principios las respuestas, siempre en vano. Los minutos corren como si fuesen horas, el sol cae para dejar paso a la oscura noche y llega la hora de dejar los pensamientos a un lado y dar paso al dulce y cálido mundo de los sueños. Sin embargo, es imposible conciliar el sueño. El miedo es demasiado fuerte. Siempre creí que las sábanas de mi cama me protegerían de todo aquello malo que hubiese ahí fuera pero por primera vez, ni siquiera las sábanas de mi cama fueron capaces de cobijarme en aquella noche oscura y larga. Seguían pasando los minutos y pese a que se me cerrasen los párpados, era imposible conciliar el sueño. 

No quería cerrar los ojos. No quería dormirme. No quería despertarme sola. No quería levantarme y enfrentarme al mundo. No quería. Me negaba y por eso no lo hice. Me levanté de la cama y me senté en la silla de mi escritorio. Encendí el ordenador y comencé a escribir. Escribía sin ningún fin, simplemente para sentirme mejor. 


Fueron horas de escritura muy satisfactorias, apenas recordaba lo satisfactorio que resultaba escribir. Había dejado a un lado mis dotes literarias y pensé en recuperarlas. Sabía perfectamente que no tenía el tiempo suficiente para hacerlo pero que debería hacerlo. Por un instante conseguí dejar de pensar en el “por qué” y dejé paso a un “¿por qué no?”, aunque en el momento que dejé de escribir, mi habitación pese a los ocho alógenos encendidos, se volvió oscura. La luz dejó de ser luz y se transformó en oscuridad, en tristeza, en miedo… De nuevo el miedo volvía a acecharme. Necesitaba dormir pero era incapaz de hacerlo. 


Necesitaba descansar, pero ante todo, necesitaba tranquilizarme. Sin embargo, no fui capaz de hacerlo. Las 3:45 de la mañana y siempre pensando en lo mismo e intentando buscar fuerzas incluso de dónde sabía perfectamente que no las encontraría. Como me imaginaba, no las encontré, pero pese a eso conseguí tranquilizarme por un instante. Tan sólo fueron unos minutos pero durante esos minutos el miedo ya no estaba conmigo. 


Fue justo entonces cuando me di cuenta de que había metido la pata por haberme enamorado. Suena raro, pero era cierto. Jamás había estado enamorada y tenía miedo.

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